martes, 11 de marzo de 2014

El regreso de los sefardíes

   Se denominan “sefardíes” o “sefarditas” a los judíos que habitaron la Península Ibérica y que, como consecuencia de la expulsión decretada por los Reyes Católicos en 1492, moraron en otros lugares donde perpetuaron su linaje. Generalmente conservan el conocimiento del castellano antiguo (el que se hablaba en 1492). 
    Pues bien, en estos días el Gobierno español está elaborando un anteproyecto de ley para otorgar la nacionalidad española a todos aquellos sefardíes (y sus descendientes) que deseen ser españoles, algo que en justicia les corresponde. 
    La noticia ha sido en general gratamente acogida porque haciendo honor a la historia, son muchos los aportes con los que dicho pueblo ha contribuido.
   Son numerosos los filósofos, arquitectos, matemáticos, químicos, médicos,...o banqueros que destacaron en su día, en su sociedad contemporánea. Insisto, era de justicia reconocerlo. Como ocurrió con los moriscos, los Reyes Católicos dieron opción a los judíos a convertirse al catolicismo (llamándose “cristianos nuevos” o judíos conversos) o bien a abandonar los reinos de Castilla y Aragón, si deseaban continuar con sus creencias y costumbres. Los que optaban por la primera alternativa, adquirían apellidos distintivos relativos a colores (Granado, Blanco, Moreno, Pardo,...), a plantas (Flores, Perales, ...), a profesiones (Pastor, Ballester, Herrero, Sastre...), a paisajes (Valle, Ríos, Montes, Prado, ...) o  a características (Bajo, Alto, Gordo, Delgado,...).
   Ahora bien, tras la Segunda Guerra Mundial y las "limpiezas" raciales realizadas por los nazis, fueron muchos los que se interesaron por buscar sus raíces. Ante la avalancha de consultas genealógicas se crearon diferentes centros en Londres, París e Israel especializados en esta tarea, concluyendo que el tener apellidos sefarditas no siempre suponía poseer sangre judía. De hecho, son muchas las páginas y libros que mencionan como apellidos hebraicos españoles y portugueses los acabados en –ez. Sin embargo, aunque pudieran haber adoptado esta opción, esa terminación fue la castellanización de apellidos godos, principalmente visigodos, de los siglos VI-VIII d.C.   
    También el adquirir el nombre de adjetivos, de localidades, valles o ríos era una costumbre goda, celtibera e ibera, autóctona de la Península Ibérica, tan metida en nuestros genes que aún hoy día es costumbre, en los barrios, poner mote a distintas familias (“la flaca”, “los rubio”), o más coloquialmente decirse “los de Domingo” (“Domínguez”, lo que realmente significa), “el Madriles”, etc. 
   Por tanto, no se debe caer en la tendencia opuesta a lo ocurrido durante la Segunda Guerra Civil en la que para salvar la vida se debía renegar públicamente de todo lo hebreo; ahora parece ser que tratamos de atribuirles todo a ellos. Ninguna de las dos posturas, me parece a mi, haría justicia a los hechos históricos. “A César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

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