martes, 18 de marzo de 2014

Las defensas celtiberas

     Si preguntáramos aleatoriamente a un grupo de personas, cómo estiman que era el día a día de los celtiberos, estoy segura que se obtendría una visión de tipos salvajes, sucios, desaliñados y viviendo en pequeñas casas de madera entre barrizales. Consecuencia de una de las campañas de marketing más antiguas de las que se tenga noticia que debemos a la fría mente del emperador Julio César. Durante sus batallas en las Galias contra los celtas, él mismo redactó un libro en el que soltaba todo tipo de "piropos" hacia estos pueblos y tribus. Su mensaje caló y fue reproducido por distintos cronistas latinos. Y eso mismo ocurrió durante el sitio de Numancia, la capital de Celtiberia. De hecho, según recogieron en sus escritos, los celtiberos tenían la costumbre matutina de lavarse y enjugarse los dientes con su orina. Nada mejor para conversar el buen aliento de boca, supongo. Pues bien, creo que es de justicia intentar romper ese absurdo mito y mirar objetivamente la información que la arqueología nos ha proporcionado acerca de este antiguo pueblo peninsular.


   Las casas que se han reconstruido en distintas excavaciones del antiguo territorio celtibero en Castilla y León, así como en Aragón, presentan una planta rectangular, incluyendo los establos en el edificio. Están construidas en piedra y barro, con bancos alargados pegados a los muros y el hogar o chimenea ocupando el sitio principal. Generalmente cuentan con una sola planta de vivienda, con un sótano destinado al almacenaje de productos relativamente perecederos.
Estas casas se alineaban formando calles pavimentadas, precisamente para evitar la formación de incómodos, poco higiénicos y sucios lodazales.

    Los poblados celtiberos solían estar rodeados por altas murallas que contaban con puestos vigías. A pesar de construirse en elevados cerros cuya orografía constituía, de por sí, un elemento disuasorio bastante eficiente, en ocasiones los castros solían poseer un foso. Otras veces, como en el caso de la ciudad de Numancia, bastantes metros por delante de la entrada de la ciudad, se ubicaban numerosas piedras redondeadas y afiladas que hacían muy complicado el desplazamiento sobre ellas a cierta velocidad y sin mirar al suelo. Para los caballos era una tarea imposible, fracturándose las patas en el intento.

     Las urbes celtiberas no solían presentar un plano tan geométrico como el trazado por los romanos, basándose en calles rectilíneas que se interceptaban en ángulos de 90º, aproximadamente. En el caso celtibero era frecuente adaptarse a los relieves de la colina elegida, aprovechando el espacio todo lo posible. E incluso se conoce la existencia de una ciudad troglodita, parcialmente excavada en la roca: la Termantia (o Termes) arévaca, que sufrió las consecuencias de su apoyo a Numancia durante el sitio de la capital por parte de los ejércitos romanos.

        La necrópolis o cementerio solía ubicarse extrarradio, fuera del pueblo. Cada tumba ocupaba poco espacio, pues era costumbre incinerar los cuerpos junto con las pertenencias del difunto. El ajuar funerario era relativamente pobre, consistiendo básicamente en armamento, correajes de sus caballos y cerámicas con algunos alimentos. En ocasiones se hacían acompañar de algún perro o equino, del que suponemos que el difunto fue inseparable en vida. Las tumbas se disponían ordenadas en hileras, como muestra la imagen, una antigua foto de las excavaciones realizadas en la necrópolis de Centenares, en Luzaga (Guadalajara).
      Diversos arqueólogos que han trabajo en necrópolis preservadas han mencionado la existencia de una sociedad jerarquizada y dividida en diversos oficios, basándose en la calidad de los diversos ajuares encontrados. Si nos fijamos en la imagen en blanco y negro, apreciaremos que junto a la hilera derecha de piedras hincadas se disponen diversos recipientes cerámicos con tapadera. Son las urnas con las cenizas de los difuntos. De manera que podremos imaginarnos las necrópolis o como su nombre indica "las ciudades de los muertos" dispuestas en calles perfectamente alineadas, de manera muy parecida a nuestros actuales cementerios. A pesar de esto, son varios los yacimientos en los que se ha mencionado el hallazgo de cuerpos enterrados (generalmente de niños) en el suelo de las viviendas. Esta costumbre no parece ser celtibera, sino más propia de otros pueblos que pudieron trasmitirla a pueblos costeros (iberos), asimilándola puntualmente. Incluso se sabe que los romanos poseían una costumbre parecida, teniendo los denominados dioses lares o domésticos, con altares en el interior de las viviendas donde les hacían ofrendas a éstos y a sus ancestros.

     Por todo ello, ¿verdad que tu opinión sobre estos "salvajes" e "incivilizados" celtiberos ha cambiado con respecto a la que tenías antes de iniciar la lectura de esta entrada? Si es así, me doy por más que satisfecha. 

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