viernes, 11 de abril de 2014

Lo que el ejército romano debe a Hispania


            Ya se comentó, al tratar el ejército celtibero cómo Roma pronto apreció la calidad del hierro con el que se forjaban las espadas de estos pueblos. También admiraron la efectividad de la caballería celtibera, así como la ferocidad del soldado ibero. De este último pueblo, tomarían algo más que su fiereza, como veremos a continuación.

             Es conocido que Julio César admiraba tanto la calidad del hierro como la constitución de las cortas espadas celtiberas, de manera que decidió incorporarlas a sus ejércitos, denominándose desde entonces “gladius hispaniensis” a ese tipo de espada. Eran ideales para la caballería ya que pesaban poco pero tanto sus dos filos como su punta estaban mortalmente afiladas, lo que la tornaban igualmente peligrosa en la batalla cuerpo a cuerpo. En alguna de estas espadas, un tercio de la vaina correspondía a la punta. Para algunos entendidos, se hacía con el fin de que pudieran perforar las cotas y mallas que los soldados enemigos llevaran protegiendo sus torsos. Si se desea información más detallada, picar aquí. 
       Los guerreros iberos, en cambio, usaban una espada ligeramente curva cuya vaina, en su lado afilado, describía una pronunciada curva hacia la empuñadura que favorecía la entrada de aire en las heridas causadas, también a través de las estrías y relieves de la vaina. Así, las bacterias que se encuentran en suspensión entraban en el cuerpo herido, agravando el daño causado. Podría ser, por así decirlo, la primera arma química de la historia militar. A esta espada, la denominaban falcata y, en ella, la empuñadura –generalmente con la cabeza de un caballo o de un águila– solía estar cerrada para facilitar su sujección al guerrero, a la vez que protegía sus nudillos.
            En la imagen pueden observarse distintas espadas gladius y falcatas conservadas, si bien la falcata superior es una reproducción. En la parte inferior de la imagen se puede observar la diferencia de tamaño entre la gladius celtibera y la falcata ibera, mayor.
            Algunos historiadores, al observar la diferencia de tamaño y curvatura de las espadas iberas halladas en diversas excavaciones han considerado la posibilidad de que se hicieran atendiendo a las características de cada guerrero, tanto si era diestro o zurdo, como a la longitud de su brazo.
            Ambas espadas sirvieron de referencia para la construcción de sus correspondientes puñales, de forma que los celtiberos contaban con una gladius de menores dimensiones, aún denominada pugio, puñal  que fue también copiado por los militares romanos. Por su parte, los iberos portaban un puñal de forma muy similar a sus falcatas, cuya denominación se desconoce. Y parece ser que esta vaina curva fue tan efectiva que, incluso en la actualidad, los cuchillos usados por diferentes ejércitos están afalcatados, como se aprecia en la imagen, en la que aparece en la parte superior un cuchillo de este tipo, junto a un casco y flecha iberos y, en la parte media, las armas celtiberas.
     Precisamente, la punta que aparece en la imagen forma parte de otra de las armas que el ejército romano tomó de los guerreros de Hispania, la famosa pilum o lanza que, sin ir más lejos, aparece en la película de Gladiator cuando lancea a los arqueros que iban en carro en el Coliseo.
    Además de esto, en las ruinas de Numancia se han hallado elementos que hacen pensar en que algunos guerreros llevaban cotas metálicas, bien formando escamas, bien constituidas por pequeñas anillas, dándoles un aspecto muy parecido al de los caballeros medievales. 
     Por todo lo expuesto, parece bastante obvio que el Imperio romano llegó a ser tan poderoso en gran medida por su contacto con los pueblos peninsulares, de los que tomaron no sólo soldados sino armamento, caballos, aceite, vino, garum, metales, lana, pieles.. e incluso dos emperadores romanos. Hay que resaltar que  al sitio de Numancia se le debe que el calendario comenzara en enero, como sigue haciéndolo hoy día.

2 comentarios:

  1. Me gusta el artículo, pero hay una "imprecisión" respecto a las acanaladuras de las espadas. Es un mito generalizado que servían para que el aire entrara en las heridas. La realidad es que dichas acanaladuras servían (y sirven, ya que hoy en día se siguen utilizando con el mismo fin) para aligerar el peso del arma y darles resistencia. Se producían al forjar las hojas, comprimiendo el metal, con lo que al templar se producían distintos grados de dureza en la misma hoja. Así se confiere dureza y elasticidad al metal, algo de lo que los forjadores de la península ibérica siempre han podido presumir.

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  2. Gracias por su comentario, desconocido, no hay duda alguna de la calidad y resistencia de las armas usadas por los pueblos de la Península Ibérica, pues son numerosos los testimonios escritos que han dejado constancia no sólo de ello, sino de la calidad bélica de muchos de estos guerreros. Así por ejemplo, Apiano describiría “Sus habitantes (de las Mesetas) eran excelentes jinetes e infantes (…) causaban grandes problemas a los romanos por su valor”, o del Jefe Caros (elegido por numantinos y segedenses para liderarlos contra las tropas romanas de Nobilior. De él escribirán los latinos “famoso por su valor”, igualmente se dirá del caudillo Retógenes Caraunios durante el sitio de Numancia: “el más esforzado de los numantinos”, que es decir mucho, considerando la fiereza de que hacían gala estos celtiberos. Valerio Máximo escribirá sobre él que Retógenes sobresalía “entre todos los ciudadanos por su nobleza, riqueza y honores”. Finalmente, cuando decidieron inmolarse antes que ser esclavos de Roma, Retógenes será el que se encargó de incendiar “su barrio, el más hermoso de la ciudad (de Numancia, la capital celtibera)”. Con respecto al modo de elaboración de las armas celtiberas, escribirá Posidonio (5, 33): “Los celtíberos usan espadas de dos filos fabricadas de hierro excelente (… ) Tienen un modo singular de prepararlas (…) Entierran láminas de hierro hasta que con el tiempo la parte débil consumida por la herrumbre se separa de la parte más dura; las armas así fabricadas cortan todo lo que se les opone; ni escudo, ni casco, ni hueso resisten a su golpe por la extraordinaria dureza del hierro.” Polibio añadirá: “podía herir lo mismo de punta que de filo, mientras que las de los celtas servían únicamente para el tajo, y esto a cierta distancia”. Como ve, nada dicen en sus descripciones de tal acanaladura y esto es así porque no todas ellas la presentaban (algunas de ellas se describen por los arqueólogos como “escasamente nervadas”, especialmente las de tipo La Tène, mientras que otras armas -como los equipos de espada y puñal biglobular descrito por Posidonio en la equipación de numerosos guerreros numantinos que recogerá Diodoro, 5, 33-, esta nervadura no es acanaladura sino claramente una “costilla” en relieve que recorre las armas longitudinalmente, como también ocurre en las puntas de lanza como las halladas en la necrópolis de Termancia, las soliferrum y faláricas que también copiará el ejército romano). Mencionaré también la peculiar variedad de caetra convexa celtibera, un miniescudo realizado en cuero y/o madera decorada con pinturas, de unos 5-10 mm de espesor y que en marcha llevaban suspendida a la espalda, por una correa de cuero que cruzaba el pecho hasta el hombro derecho en los infantes (en las pinturas se le representa como una especie de hombrera redonda y metálica que aparece sobre el hombro diestro), mientras que en los jinetes colgaba sobre el costado delantero del animal. Había que ser realmente diestro y hábil de reflejos para con tan minúsculo escudo del tamaño de una manopla, bloquear los toques del adversario. En fin, que no se trata de hacer aquí un tratado armamentístico, pero si dicha acanaladura (en positivo o negativo) era exclusiva de algunas espadas y en cambio todas ellas poseían la misma resistencia, dureza y elasticidad, forzosamente habrá que pensar en otra utilidad, ¿no cree?. Y si se observa la famosa falcata ibera se reparará en la curva que hacia cerca de la empuñadura realiza, añadiéndose a veces una especie de garfio -similar a la de puñales actuales para despellejar, como me detalló un armero especializado en puñales-, permitiendo precisamente que entrara aire en las heridas causadas. Por tanto, ¿eran el objetivo de tales elementos la de facilitar la penetración de aire y bacterias al interior de las heridas?, rotundamente sí, considero. Un saludo.

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