viernes, 25 de julio de 2014

Las máquinas de la antigüedad


    
     Hay muy pocas cosas nuevas bajo el sol. Es una idea recurrente que surge cada vez que nos acercamos a un museo arqueológico y lo contemplamos objetivamente, dejando a un lado nuestras inculcadas ideas acerca de que las distintas civilizaciones fueron ganando en modernidad a medida que se iban sucediendo y se iban aproximando hasta la nuestra.


           También las crónicas conservadas, si evitamos pensar que exageraban al leer cada hecho que nos sorprenda, evidencian que nuestra sociedad en muchos aspectos era idéntica a la de la Grecia clásica o a la del Imperio Romano, por mencionar sólo dos de las civilizaciones más relevantes de su tiempo.

En Egipto, hasta que un terremoto afectó ya en la Edad Moderna a los colosos de Memnon, éstos emitían sonidos similares a los humanos cada amanecer, cuando los primeros rayos solares los iluminaban (y seguramente los calentaban, produciendo el sonido al dilatarse algún elemento de las esculturas). Tal era la calidad de los sonidos que incluso llegaron a usarse como oráculos, para escrutar el futuro incierto en época faraónica y posterior. Fueron realizados en el 1.500 a.C. por Amenhotep, el hermano del faraón Hapu representando al rey etíope Memnon.

            Herón de Alejandría y Philón de Bizancio mencionan extraños artilurgios de la antigüedad entre los que figuraban aquellos que denominaban “piedras parlantes”, usados para la toma de decisiones. Posteriormente se las apropiarán los fenicios que las conocerán como “cabezas parlantes” y que pasarán a la tradición judaica, dando lugar posteriormente al mito del Baphomet templario,  una cabeza que decían parlante y que ayudaba precisamente a sopesar situaciones y a decidir en casos difíciles. 

            En los documentos de ambos escritores figuran numerosos juguetes o distracciones, autómatas que andaban, volaban, gorjeaban o movían alguna extremidad para adornar fuentes, patios o distraer a los críos. Pero no es lo único ya que cita otros aparatos más prácticos como molinos de viento o máquinas que empleaban la energía eólica para hacer ciertas actividades (abrir puertas, sacar agua, hacer música, etc).

El inventor de las poleas y los tornillos de rosca, Arquitas de Tarento (400 a.C.) construyó un pájaro mecánico que volaba, o lo intentaba, propulsado por vapor. Más o menos un siglo antes, en China, King-su Tse, hacía lo propio  con una urraca mecánica fabricada con bambú y madera, así como un caballo de madera saltarín. El emperador más famoso de China, gracias a su ejército de guerreros de terracota, Qin Shi Huang (s. III a.C.), poseía como elemento funerario una orquesta de muñequitos mecanizados que tocaban sus instrumentos a modo de caja de música.

            El propio Homero en su Ilíada habla de las sirvientas mecánicas que poseían los dioses en el Olimpo. También poseía esclavos-robot el dios Hefestos, el dios de la metalurgia, del que ya hablamos en otro momento.

Tal era la proliferación de este tipo de máquinas autómatas que el famoso filósofo Aristóteles, profesor del joven Alejandro Magno, defendía el uso y desarrollo de estos artefactos para acabar con la esclavitud humana.

           Otros cronistas mencionaban también para la época helenística fuegos perpetuos encendidos en templos. que no se apagaban ni siquiera añadiendo agua (¿usarían petróleo o gas?) o estatuas de dioses que como los colosos de Memnon egipcios emitían sonidos parecidos a los humanos, o que movían alguna parte de su cuerpo como los ojos o la boca. Como es de imaginar, todos estos aparatos pasaron a incorporarse al imperio romano que sucedió a la Grecia clásica y nuevamente se los menciona en jardines, banquetes o como juguetes para niños. Ya se habló de las muñecas articuladas romanas encontradas en la actual provincia de Albacete.
       Por ejemplo, se sabe que en banquete dado por Trimalco, entre los alimentos ofrecidos a los aristócratas romanos había determinadas frutas que exhalaban un aroma de flores cuando se presionaba cierta “perilla” conectada a ellas. Incluso el genial inventor Leonardo Da Vinci tomó las proporciones humanas, tal vez más cosas, de un autor romano muy anterior a él llamado Vitruvio.

         Si visitamos el museo arqueológico de Atenas, de obligada visita por las maravillas que contiene, nos toparemos en determinada sala con el artefacto de Anticitera, llamado así por ser el lugar donde reposaba el barco griego naufragado que entre su cargamento portaba este instrumento, diseñado para determinar la posición de los astros y poder orientarse espacial y temporalmente. En la imagen se muestra su aspecto, junto con la reconstrucción de los colosos de Memnon (Egipto).

           
      También las tradiciones judías hablan de autómatas. Sin ir más lejos, el mismo rey sabio Salomón se considera realizador de varios de estos artilugios. Se conocen numerosos autómatas, hechos de arcilla o barro cocido, siendo el más famoso de ellos el Golem de la bella judería de Praga.

       Por su parte la mitología germánica tiene a Mökkurkálfi, el fiero gigante autómata fabricado por los Jotuns para derrotar al dios Thor.

            Y no son más que unas breves menciones de infinidad de citas escritas y hallazgos, meras anécdotas de una larga lista.


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