lunes, 6 de julio de 2015

La monja alferez


          Desde siempre la mujer española ha pasado por ser tan bella como orgullosa, altiva e independiente. A ello deben sumarse los escritos de cronistas que hablaban con asombro de las mujeres prerromanas que no solo se encargaban de las tareas domésticas sino de las labores del campo e incluso en ocasiones incluso de las de guerra. Aunque con la llegada de otras culturas esta tendencia fue amainando, no dejaron de darse casos de mujeres de armas tomar, como Doña Catalina de Erauso que será la protagonista de la entrada de hoy.

Así, ya desde la época de la dominación romana, los cronistas hablaban de las mujeres celtiberas y celtas como mujeres fuertes que aún en un estado avanzado de embarazo trabajaban el campo, parando para dar a luz y continuando con su labor a las pocas horas. También mencionan sociedades donde ellas tenían gran peso, quedándoles a ellos el papel de pastores trashumantes que se ausentaban ciertos meses del año de sus hogares, o bien de guerreros, siendo ellas las que se encargaban de los poblados en todo ese tiempo.
Esa actitud se ha mantenido en zonas de España donde la mezcla de la población autóctona con otros pueblos foráneos (romanos, árabes, judíos,..) no fue muy abundante. Así, por ejemplo, en Castilla y León o en el País Vasco, abundan los chistes caracterizando a las mujeres como independientes y nada sumisas.
Por eso no es de extrañar que, aunque la historia no les ha hecho mucha justicia o haya reparado en ellas, existieran mujeres de armas tomar como La Varona que dio su apelativo a la localidad soriana de Barahona (ver aquí), María Pita en La Coruña combatiendo frente a los ingleses o María Bellido en la batalla de Bailén (ver aquí), por ejemplo.
Pues bien, si visitan el interesante Pabellón de la Navegación, en Sevilla, encontrarán en determinado momento la referencia a insignes marineros. Entre ellos me sorprendió esta “pareja”:


Francisco de Lujón, 1568, el vencedor de Drake, y Catalina de Erauso, 1626, la monja alférez.

            Como supondrán, deseo llamar la atención en esta ocasión (y vaya pareado me ha quedado) hacia la figura de ella, cuya cuantiosa biografía trataré de resumir en esta entrada. Curiosamente, su personaje guarda paralelos con la Varona soriana ya que, al no estar permitido a las mujeres combatir, la Varona vasca (Catalina de Erauso) se hizo pasar por hombre. Hija del capitán Miguel de Erauso, se crió jugando con sus hermanos (también militares) a ser soldados a las órdenes de su padre. Como la prima hermana de su madre era priora del convento dominico que había en San Sebastián su ciudad natal, Catalina fue internada en él hacia 1589, con cuatro años de edad, según determinadas fuentes (existe una autobiografía que para determinados académicos es apócrifa).
La vida de monja no daba rienda suelta a todas las inquietudes que la joven llevaba dentro, así que a los quince años y tras haberse hecho en sus ratos libres un traje de hombre con uno de sus hábitos y haberse cortado el pelo “a lo chico”, el 18 de marzo de 1600 se marchó por la noche a la calle fingiendo ser un joven llamado Francisco Loyola. De por vida mantendría ese “papel” hasta confesar, poco antes de morir, su verdadera naturaleza.
            De acuerdo con la autobiografía, de la mano de otros nobles con los que trabó amistad aprendió el manejo de las armas. El latín, así como escribir y leer, lo había aprendido en el convento con el catedrático Francisco de Cerralta, lo que le ayudó a mantener su papel de joven noble ya que sólo ellos sabían hacer ésto, dominar el latín y conocer escritos de grandes sabios. Su autobiografía asegura que nunca llegaron a sospechar de su verdadera identidad, tratada siempre como si fuese un varón se, posiblemente porque su uniforme y el peto ayudaran a esconder sus senos.


Retrato de Catalina de Erauso realizado en 1630 por Francisco Pacheco. A su lado, otro retrato mostrándola vestida con su protector del pecho y amplios pantalones.

            En 1603 se enroló en Cádiz como grumete en un barco que se dirigía a América, donde tras trabajar como tendero en una tienda de alimentación en la ciudad peruana de Saña durante unos años, sirvió como militar, participando en batallas y emboscadas. Incluso a día de hoy, los historiadores que han hablado de ella siguen haciéndolo desde cierta posición de censura al afirmar rotundamente, como Hernández Garvi que “personalmente creo que no hay duda de que era lesbiana”, algo de lo que la autobiografía no da indicios así que ¿por qué decirlo con tanta firmeza cuando la orientación sexual de otros muchos militares masculinos ni tan siquiera se plantea?. ¿Ha de ser una mujer lesbiana para combatir?. Y que conste que respeto cualquier orientación sexual pero me parece que tildar a esta guerrera de lesbiana por dedicar su vida a la guerra y no conocérsele ninguna relación sentimental es tan “antiguo” como tildar a María Magdalena de prostituta, como hicieron los Padres de la Iglesia sin fundamento alguno. Regresando a Catalina de Erauso, creo que si hubiera sido lesbiana, se habría casado para blindar totalmente su papel masculino y no dejar dudas. Y nunca lo hizo. Así que considero que no hay datos para afirmar tal cosa. Más bien la admiro por haber sido capaz de ocultar su condición de mujer, sobre todo en determinados días del mes, de manera que nunca le llegaran a desenmascarar.
            Lo que sí relata en la autobiografía es la fama que ganó como gran amante, teniendo numerosos duelos con maridos que se consideraron engañados por él. Curiosamente ninguna mujer dijo nunca que Francisco Loyola era en verdad una mujer, lo que me hace sospechar que nunca llegara a intimar, sino simplemente a conversar y engatusar como buena oradora y pensadora.

 Busto de Catalina en el Palacio Miramar, donde en su día estuvo el convento dominicano de San Sebastián donde ingresó siendo niña. Junto a él, detalle del busto y placa erigida en su honor en Orizaba (Estado de Veracruz, México), donde la conocen como “la monja peregrina”.

            Finalmente Catalina acaba buscando fama y dinero en Chile, enrolándose en el ejército español y para su sorpresa, sirviendo a las órdenes de un capitán llamado Miguel de Erauso, ¡uno de sus hermanos!. Como es de esperar, la mujer tuvo cuidado de que su familiar no reparara en ella en distancias cortas. Llegó a obtener el título de alférez cuando ella sola obtuvo un caballo y persiguió a un grupo de nativos que cabalgaba con la bandera de la unidad como trofeo. Tras duro combate con la espada frente al jefe indio, logró regresar con el estandarte. Fue un soldado muy valeroso, valorado y respetado, con una gran historia de batallas a sus espaldas. Sin embargo, en una de estas batallas Catalina (o Francisco) desoyó una orden directa de un superior, dando muerte a un jefe nativo que había sido desarmado, lo que le costó ser expulsada de la unidad, comenzando su caída en desgracia que terminó por hacerle abandonar su carrera militar. Finalmente su autobiografía parece mostrar que Catalina cayó en una depresión, con graves crisis espirituales, de manera que estando en misa durante recibió la hostia sagrada en la boca, como era habitual, sacándola y dejándola en la mano mientras la contemplaba. El cura lo tomó como que renegaba de Dios, siendo castigado por las autoridades a la horca. Huyó pero fue apresada en la ciudad peruana de Huamanga. Allí, el obispo Agustín de Carvajal decidió entrevistarse con el otrora valiente soldado. Entonces Catalina, cansada ya de tanto teatro, acabó confesándole todo. El obispo mandó a dos matronas desnudar (a solas) al hombre y para su sorpresa estas no sólo le dijeron que efectivamente era una mujer, sino que además era virgen. La conmoción fue total. El obispo decidió perdonarla si volvía a ingresar en un convento como monja y su verdad corrió como la pólvora siendo conocida como “la Monja Alférez” que todos los aristócratas y personalidades deseaban conocer viajando por Europa y siendo recibida por numerosos nobles. Regresó a España, donde solicitó una pensión por sus años como militar que obtuvo del rey pero la gente seguía acudiendo a ella, así que terminó por regresar al Nuevo Mundo (concretamente a México) y de nuevo como hombre, se dedicó a vivir como mercader muriendo sin saberse dónde, cómo o en qué lugar reposan sus restos. No obstante, en la localidad mexicana de Orizaba –donde cuenta con un busto y placa conmemorativa (en la imagen)-, se sostiene que Catalina vivió sus últimos días en esta ciudad, recibiendo cristiana sepultura en la iglesia de San Juan de Dios. Agustín García Márquez, sin embargo, defiende que sus restos reposan en Cotaxtla, también en México.



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