martes, 13 de septiembre de 2016

Los enigmas de Velázquez


            Uno de los pintores españoles más famosos de todos los tiempos es el sevillano Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, más conocido como Diego de Velázquez, tan genial en su manera de recoger hasta el más ínfimo detalle, que aún continúa fascinando.
            A pesar de existir miles de libros dedicados tanto a su persona como a su obra, siguen existiendo aspectos del artista que continúan siendo desconocidos para la gran mayoría. Es por ello que hoy vamos a tratar de acercarnos a él a través de posiblemente el cuadro más conocido de este pintor, “las Meninas” (1656).


“Las Meninas” de Diego de Velázquez (izda) y particular versión cubista realizada por Pablo Picasso (centro y derecha).

            Antes de empezar a analizar la obra, nos detendremos brevemente para explicar a qué nos referimos cuando decimos “menina”. De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, RAE, alude a un niño o niña de buena cuna (aristócrata) que trabajaba al servicio de infantes o reyes jóvenes, en la corte del Imperio Español. Aquí comienza la primera sorpresa, pues posiblemente pocos sepan que el cuadro tomará el nombre de los personajes menos relevantes retratados en él (señalados en verde, a continuación) ya que en verdad el título del cuadro es “la familia de Felipe IV”. Posiblemente hasta que hemos aclarado esta cuestión, muchos consideraban que la infanta del centro del cuadro era una menina, cuando lo cierto es que no lo era. Las verdaderas meninas, sirvientas, son las adolescentes que están a cada lado de ella.


Las Meninas Agustina Sarmiento (a la izquierda, arrodillada dando la espalda al propio Diego de Velázquez retratado con cruz de la orden de Santiago en el pecho) e Isabel de Velasco (a la derecha de la infanta Margarita). Tras ésta, al fondo, Marcela de Ulloa y Diego Ruiz de Arcona las contemplan a la par que José Nieto Velásquez, mientras se dispone a salir por una puerta situada junto a un espejo donde se refleja el matrimonio real: el monarca Felipe IV y su segunda esposa, la reina Mariana de Austria. En la esquina inferior derecha, un mastín dormita mientras el joven Nicolás de Porto Santo lo va a masajear con el pie, junto a María Bárbola que mira al espectador.

            Atendiendo, ya sí, al cuadro, ¿sabía el lector que existe una interpretación de este óleo en clave astronómica? Y es que el estudio del cielo y sus componentes era una de las aficiones del artista, que poseía bastantes instrumentos para el seguimiento de los astros. Por esa razón no dejan de ser curiosas las distintas “coincidencias” que parecen encontrarse en la obra del afamado pintor. Por ejemplo, hay quién considera que si se destacaran las cabezas y los corazones de los personajes que aparecen en el cuadro, encontraremos cómo la figura resultante encaja bastante bien con la disposición mostrada por las estrellas que componen en el cielo la conocida como “Constelación Corona Borealis”. Dicha disposición en el cuadro aparece presidida por el personaje reflejado en el espejo de la sala pintada, que no es otro que el mismísimo monarca español Felipe IV (el rey al que supuestamente representa el monarca de la serie de TVE1, “Águila Roja”).
            Resulta que la “Constelación Corona Borealis” tiene como estrella principal la llamada “margarita coronae” y el centro de las Meninas lo ocupa el personaje de la reina doña Margarita de Austria.


El crítico francés Jacques Lassaigne realizó en 1973 una interpretación astronómica del célebre cuadro considerando la posibilidad de que hubiese sido usado como talismán (izda, comparado con la constelación “Corona Borealis”. Por su parte, en 1978, el ingeniero de caminos Ángel del Campo Francés publicó un libro interpretando las perspectivas del cuadro (las cabezas se disponen formando un círculo en torno a los retratos regios) y sus diferentes interpretaciones, alguna también en clave astronómica (derecha).

            Por todo ello, ¿es posible que Las Meninas fueran una suerte de talismán astrológico con el que D. Diego de Velázquez deseara conceder las mejores dichas a la familia real representada en el magistral lienzo?.
           Por otro lado, ¿sabía el lector que durante mucho tiempo en El Museo del Prado el cuadro de las Meninas se ubicó frente a un enorme espejo que lo reflejaba de manera que el visitante que pasaba por entremedio terminaba “inmerso” en el cuadro reflejado?. Y es que desde siempre los espejos han fascinado al ser humano. Un ejemplo podemos verlo en el curioso cuadro realizado en 2003 por Yasumasa Morimura, que lleva por nombre: “Las Meninas renacen de noche”. A la derecha, versión realizada por el humorista gráfico Francisco Ibáñez y sus personajes de cómic:


             Por otro lado, hay un pensamiento recurrente en mi cabeza cada vez que observo un cuadro del genial pintor sevillano y es la cuestión de si Velázquez deseaba transmitir de alguna manera la idea de brevedad de la vida, al mostrar en sus óleos siempre a una persona de mayor edad enseñando a otra más joven, o es mera casualidad y mi deseo de ver más de lo que realmente quiso transmitir el pintor. Tomemos el ejemplo del siguiente cuadro, con un hombre dando un vaso de agua a un niño. Si nos fijamos con detalle en el vaso podremos apreciar que su interior… ¡contiene un higo!. En el simbolismo medieval, el higo representaba la fecundidad, al igual que la manzana, que frecuentemente las vírgenes-trono románicas portaban en su mano, representaba las enseñanzas de la vida. Así pues, me pregunto, ¿quiso D. Diego de Velázquez  con esta sutileza, que cuesta distinguir, representar el cambio generacional, el continuo fluir de la vida, con los mayores transmitiendo sus enseñanzas de vida a los rebeldes aprendices que llegan con prisa de experimentarlo todo?.


            Lo mismo cabe decir en “la vieja friendo huevos”. Si nos fijamos en los rostros, a pesar de la pobreza de los ropajes, tanto la luz como las miradas y rasgos que otorga el pintor a las personas más mayores les dotan de una dignidad y solemnidad que hacen que los jóvenes les miren con respeto y admiración.


            Y es que recordemos que el pintor empezará desde muy niño aprendiendo las labores de los talleres de Herrera El Viejo y de Francisco Pacheco. Por entonces, es muy posible que se mantuviera una serie de ritos iniciáticos en los misterios de la pintura, el tallado de la piedra y la arquitectura que se puede remontar hasta las logias de constructores medievales que proliferaron en los caminos de Santiago, como evidencié en mi libro “Diego de Riaño: el hijo de la viuda”, sobre el genial arquitecto en los inicios del Plateresco, arte puramente hispánico, exportado a otras áreas mediterráneas y de América cuando eran territorio español y con su semilla, probablemente, en el arte isabelino (tumba de los Reyes Católicos, Granada).


Sepulcro de los Reyes Católicos (Capilla Real, Granada) y detalle de parte de la fachada del Ayuntamiento de Sevilla, de estilo Plateresco.


            Posiblemente en estos ritos D. Diego de Velázquez desarrollara ese respeto absoluto por los maestros de mayor edad y experiencia, del que únicamente se podría ser digno sucesor a su muerte. Este mismo respeto al "maestro iniciado" se daba también entre diferentes órdenes medievales; recordemos que el pintor luce con orgullo su uniforme de caballero de Santiago.
            Existe un curioso dicho español que resume la idea que trato de transmitir en la sencilla sentencia: “cuando seas mayor, comerás huevos”. ¿Es esta la idea que desea transmitir el cuadro de “vieja friendo huevos”? Porque si analizamos la imagen, la mujer está cocinando tres huevos (número sumamente simbólico en los cultos matriarcales que posteriormente sería tomado por el culto patriarcal cristiano) pero no parece hacer ademán de compartirlo con el niño. Éste le observa con seriedad y respeto, el mismo que se le tiene a un maestro. Y de nuevo, el crío porta un fruto maduro bajo el brazo (¿una calabaza?, si bien se suele interpretar como un melón, que podrá salir bueno o malo). ¿Es nuevamente una alusión a este relevo generacional y de conocimientos, para crecer en la vida?.

            Personalmente considero a D. Diego de Velázquez instruido en todo ese saber iniciático tan compartido por los constructores del románico y gótico español, amparados por la enigmática y poderosísima orden del Temple. Como el genial escritor Juan G. Atienza mostrara en su obra “La Meta Secreta de los Templarios” , esta orden no dudó en hacerse con los terrenos más sacros de la antigüedad, rescatando y restaurando creencias milenarias paganas entre las que el mito del rey Sagrado destacaba. Pues bien, observemos otro célebre cuadro del pintor, conocido popularmente como “los Borrachos” y denominado por el artista “el triunfo de Baco”. Esta deidad griega, la latina Dionisos, es la representación masculina de la Madre Tierra, cuando las civilizaciones pasaron de ser matriarcales (Paleolítico y Epipaleolítico) a patriarcales (Neolítico y Edades de los Metales), al comenzar el desarrollo de las armas y el afán por imponerse a los vecinos, aflorando las jerarquías sociales y los guerreros.


Cuadro de “los borrachos” (1629), con detalle del soldado coronado por Baco/Dionisios y comparación de la curiosa posición de uno de los bebedores, con la mano del “Caballero de la Mano en el Pecho” (1580). ¿Significaba algo esa incómoda manera de separar los dedos, que llevó al Greco a exagerar su proporción con respecto al rostro del personaje retratado?.

            La obra de “Los Borrachos” fue un encargo del monarca Felipe IV y Velázquez no dudó en pintar a varios borrachetes junto al dios del vino. Pero captemos la sutileza; de todos los allí reunidos, el dios Baco corona al joven soldado que está bebiendo con ellos. ¿Por qué él? Porque es el candidato ideal para seguir manteniendo el rito del rey Sagrado. Él será el valiente y fornido héroe, el semental que con su sangre regará los campos haciéndolos fértiles y habrá dejado embarazada a la reina, asegurando una descendencia de guerreros fuerte y valiente. Tal es así que Constantino, el césar que impuso el cristianismo en el Imperio Romano, prohibió los cultos dionisíacos por las numerosas orgías y desenfrenos de todo tipo que suponían. Y Velázquez quiso recordarlos e inmortalizarlos, sutilmente, a su manera. Otro curioso gesto; hasta este momento ningún pintor había mostrado a los dioses de la antigüedad mezclados con meros mortales y representados como uno más de ellos.
            Hay autores que no dudan en considerar en esta obra cierta influencia de Rubens (pintor que, por cierto, inmortalizará la idea de las "Tres Marías" o "Tres Gracias"), que en la época de realización del óleo se encontraba en su segunda visita a la corte española. De hecho, poco después Velázquez -con autorización del monarca- realizará un fructífero viaje por Italia.
          

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